Tuesday, August 30, 2011

Para la Libertad


Por Juan Carlos Dumas, Ph.D.*


Para la libertad sangro, lucho, pervivo
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
Como un árbol carnal, generoso y cautivo,
Doy a los cirujanos.
                              Miguel Hernández

Le debo una respuesta a dos buenos amigos. Uno me sugiere que escriba algo acerca de la
libertad, sus mitos e implicaciones, motivado por su reciente visión de esa afamada estatua
que, regalo de la Francia, levanta su antorcha libertaria sobre el Hudson invitando a los
sumergidos y sufrientes del mundo a venir a los Estados Unidos, o al menos eso proclamaba
en décadas menos egoístas y perversas. Otra amiga me pregunta dónde está la justicia si
personajes nefastos de nuestra historia reciente disfrutan de sus dineros mal habidos
rascándose la panza al sol sin una señal siquiera de culpa o de dolor y sin ningún esfuerzo
público por pedirles cuentas por sus acciones. Probablemente no le satisfizo la idea que
muchos de estos “importantes” individuos de la política, la banca y el comercio son, en realidad, psicópatas, y por ello incapaces de sentir empatía, vergüenza o arrepentimiento. Tampoco le sirvió el concepto, en su hambre justiciera, de que quienes se desesperan por el poder terminan perdiendo su salud física, mental o ambas, sin hablar del enorme daño moral y espiritual que se autogeneran. Claro, muchas alimañas viven lo que les marca la Naturaleza sin castigo humano o celestial alguno, sin tropiezos ni cataclismos, pero no por ello dejan de ser animales despreciables.

Como tan bien lo decía el Tao Te Ching de Lao Tsé hace 2.500 años, “ni el Cielo ni la Tierra
muestran benevolencia, tratan a las cosas del mundo como si fueran perros de paja” –es decir, cual figuras de poco valor hechas exclusivamente para ser quemadas en las fiestas chinas ancestrales. Y es precisamente por eso, porque la Naturaleza no tiene un “sentido de justicia”, que la búsqueda humana de la justicia es un fenómeno extraordinario, atípico en la historia de la vida. Sentimos y buscamos un valor trascendental que no hemos visto en el accionar de la Naturaleza, misma que se mueve por mecanismos violentos que oscilan entre la lucha y la huida en un caiga quien caiga ínsitamente cruel y despiadado, excepción hecha de los mamíferos superiores. Es desde ese punto pequeñísimo de la existencia humana, casi
inexistente en el planeta Tierra, de donde surgen valores y principios que, más que sostener la supervivencia de la especie, la proyectan, la elevan a niveles trascendentales cuyo destino y consecuencia son aún difíciles de predecir.

La libertad, en particular, es una idea utópica que solo un animal fantástico como el hombre,
con una cierta conciencia de sí y de los demás, es capaz de concebir como modelo de acción e interacción. Los millones de especies que constituyen los Reinos vegetal y animal
sencillamente van del nacimiento a la tumba guiados por las leyes naturales que las regulan.
Sus márgenes de libertad son minúsculos o inexistentes: la abeja elige ésta flor o aquella para sacar su polen, el rinoceronte se refresca en el fango girando su prehistórica anatomía a la derecha o a la izquierda, el tiburón acecha al cardumen desde arriba o desde abajo. Ninguno escapa de su hábitat, ninguno va más allá de su territorio ni de sus instintos. Es el ser humano, con su novedoso desarrollo neocórtico, el que logra un margen de libertad y movimiento inconcebible para el resto de las especies.

Pero antes de que el lector se ponga demasiado contento por su redescubierta libertad, debo
decirle que ella es absolutamente condicional. Así como la jirafa no come más arriba de lo que le permite su pescuezo ni el pájaro vuela más alto que la potencia de sus alas, el ser humano no va más allá de su capacidad intelectual y emocional, del impacto formativo (y deformante) que han causado en él su familia de origen, su cultura, sus experiencias infantiles, su acceso a la educación, los medios “informativos”, su nivel de alimentación y su salud, por mencionar sólo algunas de las variables que condicionan y modelan la personalidad. Así, las llamadas “libertad de acción” de “palabra” y de “pensamiento”, existen en una franja existencial tan delgada que las transforma en objetos curiosos, en elementos raros de la Tabla Periódica, en preciosidades del intelecto humano que requieren ingentes esfuerzos para no sucumbir en el vacío de lo que no es, para no quedar degradadas por la acción corrosiva de ideologías y postulados políticos, religiosos o mediáticos que en lugar de engrandecer los valores humanos lo que pretenden es desarticularlos y cercenar la escasa libertad de cada uno.

Y eso que aún no he hablado del efecto del prójimo sobre las libertades que uno tiene a bien
querer. Por ejemplo, tantas veces no se trata de decir lo que uno quiere sino lo que es
pertinente, lo que refleja también la necesidad del otro, su existencia en el diálogo, el uso de la palabra no solo para reflejar lo que un piensa y siente libremente (y condicionadamente), sino además generar los puentes y caminos necesarios para construir, con y hacia el otro, una interacción positiva y adecuada. La libertad de acción asimismo supone un reconocimiento del otro, con todos sus derechos y necesidades; supone ejercer el necesario autocontrol para que todos seamos co-creadores de una sociedad con-viviente y en lo posible armónica. La libertad de acción que lastima al prójimo, que es ciega de la voluntad de las mayorías, que se jacta de ignorar a quienes dicha acción producirá efectos negativos, aún nefastos, no puede llamarse tal. Lejos de ser un derecho, la acción que termina acorralando al prójimo no se llama libertad. Se llama sometimiento. Manipulación. Prepotencia. Y los que la emplean de esa manera tan horrenda no se llaman libertarios sino déspotas, sea –dilecta amiga mía- que las garras de la imperfecta justicia humana los atrapen o no.

En síntesis, amigos lectores y amigos que propusieron tan hondos temas, el ejercicio de la
libertad está condicionado por tantas variables que se transforma en un recurso escaso, en una veta aurífera, en un hilo de agua en un desierto de restricciones. Por eso es tan valiosa, tan perecedera. Finalmente debo decir que las sociedades se organizan y afianzan no solo en base a libertades sino también, y más profundamente, con el ejercicio constante de la justicia, la cooperación y el acatamiento de la ley cuando ésta es justa y democrática. Desde el punto de vista psicológico, aunque suene feo, se trata de ejercitar la represión: la represión de las pulsiones agresivas, la represión de egocentrismos deformantes, la represión de palabras y acciones cuando éstas lesionan la armonía, la paz o el bien común.

*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y profesor universitario de la Long Island University.
Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de
Asesoramiento en Salud de North Manhattan, y el Centro Hispano de Salud Mental en Jackson Heights,
Queens.

Lo que los hace inhumanos


Por Juan Carlos Dumas, Ph.D.*

Hay personas y familias enteras que estarían contentas si vivieran en mi auto y comieran el
alimento que les doy a mis dos perras. Y no me refiero al Congo, con sus cinco millones de
muertos y centenares de violaciones de mujeres, niñas y niños… mensualmente. Tampoco
estoy pensando en un Medio Oriente que sigue intentando sacarse de encima a dictadores y
autócratas que responden con sangre y fuego a sus renovados anhelos de democracia y
equidad. Ni hablo de tantas familias en Latinoamérica que siguen sumergidas en la pobreza y la desesperanza, recogiendo las migajas de economías y políticas perversas en las que la
desigualdad social, la explotación de los más débiles, la corrupción y el nepotismo
generalizados transforman sus gentes en seres física, psicológica y moralmente lesionados.

Hay familias que estarían felices de vivir en mi confortable auto de cuatro puertas aquí, en el
corazón de la primera potencia mundial, ésta que millones de inmigrantes como yo han
abrazado como su segunda patria. Y como hijos que han tenido la oportunidad de elegir a su
madre, yo y tantos otros nos sentimos orgullosos de sus logros, preocupados por su futuro, y
avergonzados ante estos fenómenos de desigualdad que creíamos exclusivos del llamado
Tercer Mundo. Los motivos para sentirnos orgullosos de los Estados Unidos, vale la pena
recordarlos, son muchos: Estados Unidos es el primer donante internacional, tanto su gobierno como sus ciudadanos, de numerosas causas humanitarias, desde el combate de la malaria y el SIDA hasta la asistencia económica y alimentaria a docenas de naciones en todos los continentes; desde sus increíbles logros científicos y tecnológicos hasta su enorme influencia cultural y su impulso de la democracia en tantas regiones del planeta. Pero es hacia adentro, intramuros, donde el pueblo norteamericano refleja mejor sus virtudes: gente trabajadora, honesta y cordial, con un sano espíritu comunitario y una disposición franca a asistir y cooperar con los demás, especialmente cuando la Naturaleza la sacude con tornados, inundaciones o incendios, como ha quedado claramente demostrado en tantas ocasiones década tras década.

¿De dónde sale, entonces, esa otra conducta, esa sombra tan perversa y malintencionada que empuja a miles de familias al borde del abismo económico y social? ¿Cómo se las ha
ingeniado, un puñado de patanes y villanos, para crear tanto daño en esta América de todos?
Burbujas económicas sopladas por apenas un millar de sinvergüenzas que, cuando estallan,
destrozan el presente y el futuro de millones de familias, aquellos que, blancos, negros o
amarillos, se han quedado sin techo y sin trabajo, sin salud y sin esperanza. Esto mientras
operadores y gerentes del Bank of America, Citigroup o Goldman Sachs se mofaban en sus
correos electrónicos internos de los “tontos” que compraron acciones basura o, como ellos
mismos las llamaban con total cinismo e impunidad, “elefantes rosas” y “unicornios” –acciones e instrumentos de inversión contra los que ellos mismos ya habían apostado mientras se los vendían a sus crédulos clientes, destruyendo en pavorosa cascada la industria edilicia, la inmobiliaria y la de préstamo, y al fin de cuentas la economía toda.

Un reciente estudio psicológico-social sugiere que uno de cada cuatro !CEOs" o ejecutivos del más alto nivel empresarial es un psicópata. Esto significa, en terminología psicológicopsiquiátrica, que son individuos mentalmente enfermos que tienen un desorden severo de personalidad, típicamente “antisocial”, por el cual su empatía hacia los demás está
peligrosamente reducida, como así también su capacidad de sentir el daño que le pueden
causas a otras personas, su sentido de vergüenza, arrepentimiento y culpa por sus acciones,
su aceptación de las reglas del diario vivir y los derechos de los demás. La mentira crónica, la impulsividad, la falta de remordimiento, la ira y la agresividad son frecuentes en la personalidad psicopática antisocial y, cuando la comparamos con la conducta de muchos de estos CEOs, es simplemente idéntica. Si usted mira alguno de los programas de televisión especializados en temas de bolsa, economía e inversión, verá que allí aparece lo peor de América, sus hijos más siniestros y egoístas, como por ejemplo ese personaje que está en el Board de Goldman Sachs y de Exxon y que proclama, junto a tantos otros sectarios y psicópatas que tienen maniatada a nuestra pobre democracia, que “legislación, regulación y tributación son malas palabras”; que la culpa de la persistente crisis económica ahora la tiene el presidente Obama porque “nadie va a poner un centavo” en este país hasta que la administración actual deje de lado el plan nacional de salud, reduzca las regulaciones ambientales y elimine impuestos, especialmente los de los ricos.

Los analistas económicos calculan, por otra parte, que hay un trillón de dólares en el exterior,
acumulados por compañías norteamericanas que se niegan a repatriarlos para esquivar el pago de impuestos, mientras usted y yo, como el resto de los norteamericanos e inmigrantes que vivimos y trabajamos aquí con todo esmero, nos esforzamos duramente para cumplir con esta obligación cívica tan primaria que ayuda en definitiva a equilibrar nuestra sociedad y a brindar servicios allí donde ninguna empresa privada quiere hacerlo, llámese un centro de salud en un barrio humilde, una escuela pública en zonas rurales, o una planta de agua en regiones de baja densidad poblacional. Cuando el presidente Bush, sátrapa de una treintena de empresas ciegas de poder les regaló una baja impositiva en el año 2005, lo único que hicieron estos “empresarios” fue repartirse los dividendos sin invertir un ápice en infraestructura, desarrollo tecnológico o contratación de nuevos operarios. Estas son malas noticias para la economía nacional porque si estos ejecutivos y empresarios psicópatas no reparten el dinero y se lo guardan todo, ¿cuántas Ferrari se van a comprar? ¿Cuántos relojes de oro y alhajas van a adquirir para ellos y sus familias? ¿En cuántas mansiones van a sentar su trasero en esta bella América mientras le niegan la posibilidad de ganarse el pan de cada día a sus congéneres?

“Este gobierno nos está bloqueando la explotación de petróleo y gas natural” –comentaba en el mismo programa otro patético empresario y personero de la industria energética. “Las
farmacéuticas quieren poner nuevos productos en el mercado pero Obama no las deja” –decía, ofendidísimo, un asesor pagado por esta otra industria megalómana. El exaltado periodista – que ni merece que le mencionemos el nombre- cerró el programa con tono amenazador y el siguiente consejo desde y para la América corporativa: “No hagamos nada. No hagamos nada. Ya van a ver cómo se le dificultan las cosas a Obama” –como si estuviera hablando del presidente de un país enemigo, como si él y sus millonarios invitados no comieran y respiraran (para no mencionar otras funciones biológicas más crudas) en esta misma patria, como si prefirieran la debacle económica de los Estados Unidos a la reelección de este negroide semiliberal a quien odian tan visceralmente. ¿Hay esperanza para nuestro país? La respuesta es un sí rotundo, pero dependerá de qué tan rápido pongamos, como sociedad honesta y respetuosa de los demás, a estos mercenarios del submundo financiero en su lugar.

*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y profesor universitario de la Long Island University.
Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de
Asesoramiento en Salud de North Manhattan, y el Centro Hispano de Salud Mental en Jackson Heights,
Queens.

Encrucijadas.

Por Juan Carlos Dumas, Ph.D.*

Estos dos grandes de la Psicología moderna no podrían tener visiones más dispares acerca de los seres humanos. Para Albert Ellis, el padre de la Terapia Racional-Emotiva (REBT en sus siglas en Inglés), las personas somos a menudo incongruentes, tenemos ideas absurdas y supersticiosas, expectativas ingenuas y conductas autodestructivas, y a menudo nos dejamos llevar por una irracionalidad pueril y peligrosa. Pero para Carl Rogers, el creador de la terapia humanista interpersonal, cada uno de nosotros –pacientes y seres humanos en generalsabemos a dónde vamos, sabemos qué queremos y necesitamos, esto a pesar de eventuales traspiés y períodos de estagnación. De estas visiones tan opuestas resultan, obviamente, dos aproximaciones o abordajes terapéuticos radicalmente disímiles: la REBT busca que la persona se dé cuenta de sus creencias y pensamientos irracionales y que tome nota de la directa relación que existe entre lo que piensa, siente y hace, y entre estas variables y el logro de sus objetivos de vida. Los terapeutas que siguen al bueno de Carl Rogers, por su parte, tratan de establecer un vínculo cordial y auténtico con el paciente y, en esta atmósfera fortalecedora de la autoestima y la autoexploración, será el mismo paciente quien conduzca el proceso terapéutico en busca de la puerta hacia el bienestar que, aunque en ciernes, éste ya conoce.

En este período del acontecer humano, tan pleno de horrendos cataclismos, tan preñado de
cambios, dilemas y acechanzas, me pregunto cuál de estas dos corrientes psicológicas nos
ayudaría más a superar las crisis. Y lo expongo en plural porque se trata de varias a la vez. En el plano internacional, el Norte árabe de África sigue buscando su rumbo político y social luego de la estrepitosa caída de líderes corruptos que no solamente se aferraban al poder por
décadas ignorando los reclamos de libertad y democracia de sus sufrientes gobernados, sino
además pillaban y despilfarraban los recursos naturales con una voracidad tan pantagruélica
como sus egos, atrasando al mundo árabe por lo menos 50 años. Y ahora, en este histórico
cruce de caminos, ¿qué hacer? ¿Hacia dónde ir? Hay quienes hablan de imitar el modelo
democrático europeo o americano, mientras otros creen que el Egipto, la Libia y el Túnez de
mañana responderán a las necesidades particulares de cada pueblo y región. Volviendo a Carl Rogers, diríamos con él que los pueblos saben lo que quieren, saben a dónde van, y lo único que necesitan es de la libertad para implantar sus modelos político-económicos y que el resto del mundo, especialmente quienes tienen hondos intereses materiales en la región, no se les crucen en el camino. Albert Ellis diría que estos cambios deben estar guiados por la sensatez, la planificación de lo que estos pueblos desean lograr, y aplicarse de lleno y consistentemente a la tarea liberándose de ingenuidades y de prejuicios.

En Occidente, por otra parte, vivimos la confrontación creciente de dos modelos políticos y
económicos, uno que insiste en la reducción del gasto público y el déficit, caiga quien caiga, y otro que prioriza la participación del Estado en la cosa pública, particularmente en la protección de los sectores más necesitados y en la debida distribución de la riqueza, aunque a los demócratas norteamericanos -cobardemente prudentes y timoratos en las últimas décadas- les incomode decirlo sin pelos en la lengua. El profesor Juan Torres López, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla, advierte con meridiana claridad que “En los últimos tiempos, los poderes financieros imponen su voluntad sobre la de los representativos, ni los gobiernos socialdemócratas como el español ni los más conservadores como el francés o el alemán o ni siquiera el presidente de Estados Unidos, que se considera el más poderoso del mundo, pueden aplicar las medidas que inicialmente proponen. Los Bancos no sólo han impedido que se le pidan responsabilidades por su conducta irresponsable (y delictiva en algunos casos) que dio lugar a la crisis. Han frenado la reforma de los mercados financieros que siguen funcionando bajo normas orientadas simplemente a permitir que las actividades especulativas de los financieros proporcionen ganancias más fácilmente; han impedido que se establezca cualquier nuevo tipo de control para evitar la acumulación ingente de riesgo que sus actividades conllevan. No están dispuestos a consentir que se establezcan impuestos o tasas sobre las transacciones especulativas o ni siquiera sobre sus extraordinarios beneficios. Han evitado que desaparezcan los paraísos fiscales o que se evite de una vez que los bancos sean
quienes laven el dinero de traficantes, proxenetas, terroristas y criminales de todo tipo.
Después de haber recibido incalculables sumas de dinero en ayudas de todo tipo, siguen sin
proporcionar a empresarios y consumidores el crédito que necesitan para reactivar la
economía.” Y sigue: “Muchos economistas científicos de gran prestigio e incluso de diversa
trayectoria y posición intelectual, como Stiglitz, Galbraith o Krugman vienen señalando que las políticas de austeridad y de desregulación absoluta van a impedir la recuperación económica. Los recortes sociales que los poderes imponen en medio de la confusión y desde su posición de ventaja sólo van a fomentar la actividad especulativa al mismo tiempo que se multiplican la escasez, el desempleo, la pobreza y la exclusión social”.

El Premio Nobel de Economía, profesor y columnista del New York Times, Paul Krugman,
analiza la crisis norteamericana en estos términos: “La crisis fiscal de Wisconsin, como en otros estados, fue mayormente causada por el poder creciente de la oligarquía americana. Después de todo, fueron los supermillonarios y no el público en general quienes impulsaron la desregulación financiera y, en consecuencia, indujeron la crisis económica del 2008-9, una crisis que es la razón principal del actual brete presupuestario. Y ahora la derecha política está tratando de explotar justamente esta crisis usándola para remover (los sindicatos) una de las pocas fuerzas para reducir la influencia de la oligarquía”.

También vale mucho la pena recordar lo que decía hace poco Federico Mayor Zaragoza,
presidente de la Fundación Cultura de Paz y ex Director general de la UNESCO: “La
gobernación mundial será más democrática porque tendrá que contar progresivamente con la mayoría de los habitantes de la Tierra.” Pero el mismo talentoso español nos advierte
seriamente que “las múltiples crisis que padecemos son fruto de un modelo económico y
financiero que sustituyó los principios democráticos de justicia, igualdad y solidaridad por
simples leyes de mercado. Las consecuencias: centenares de millones de personas pasan
hambre –más de 70.000 mueren diariamente en un genocidio de desamparo y olvido- al tiempo que se invierten más de 4.000 millones de dólares cada día en gastos militares. El
neoliberalismo de la especulación sigue, después de su “rescate” con fondos públicos,
dirigiendo al mundo a través del grupo plutocrático G-20. Centenares de millones de personas no tienen acceso al agua potable o un sistema mínimo de salud. Centenares de miles de personas han perdido la vida en conflictos armados. La reducción de los déficits tiene que ir acompañada de la desaparición de los paraísos fiscales, una vergüenza sin parangón”.

Aunque vivimos en dos mundos tan diversos y distantes, la encrucijada que atraviesa Nord
África y Occidente es similar en esto: las necesidades y deseos de sus pueblos son
crónicamente ignorados por una minúscula clase dirigente que es, en su mayoría, vasalla de
mega-corporaciones y de capitales sin bandera que sólo anhelan maximizar sus ganancias
trimestre tras trimestre, a veces asustando a la gente con el fantasma del “terrorismo”, otras
financiando grupos de poder, lobbies, o simplemente imbéciles que distraen y agitan la plaza
pública en la dirección siniestra de sus ocultos intereses. Ni Ellis ni Rogers, creo yo, tendrían la más mínima duda de que estos manipuladores sociales son los verdaderos enemigos de la democracia y del bienestar personal y social.

*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y profesor universitario de la Long Island University. Consultor en
Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de Asesoramiento en Salud de
North Manhattan y el Centro Hispano de Salud Mental en Queens, New York.

Tiempo al tiempo

Por Juan Carlos Dumas, Ph.D.*

Mi admirado amigo y colega en el campo de la salud mental, Orlando García, escribía hace
algunas semanas: “Está en boga concentrarse solamente en el presente. Nociones de budismo y postmodernismo se asocian para enterrar tanto las energías del pasado como aquellas puestas en el futuro. La vida se construye ahora, dicen, o se vive intensamente el presente o se pierde…” Sin embargo, “estrictamente hablando, el presente es un corte abstracto, un instante intangible entre un proyecto inmediato situado en el futuro (intención) y una memoria inmediata situada en el pasado (conciencia de lo sucedido). Neurológicamente, la auto-observación del “presente” es un hecho pasado (la conducción nerviosa no es instantánea) y lo que predispone a actuar es una anticipación al presente, por lo tanto es físicamente imposible vivir en el presente.”

Las profundas reflexiones de mi colega me ayudaron a repensar el tema del tiempo y su
percepción, y en particular, si un estrato temporal tiene o debe tener más relevancia que el otro. Nuestros diálogos y decires cotidianos están preñados de referencias acerca del tiempo y de su importancia fenomenológica, desde el popular y melancólico “todo tiempo pasado fue mejor” hasta el más osado “hay que vivir el presente” y el esperanzador “lo que no logres hoy lo lograrás mañana”. También las distintas corrientes psicológicas agregan al debate de esta
singular y compleja dimensión. Por ejemplo, el psicoanálisis enfatiza el estudio de la influencia de nuestro pasado infantil en la conducta actual (la respuesta al malestar actual está hacia atrás) mientras que la terapia gestáltica insiste en el análisis más inmediatista del “aquí y ahora” (la respuesta al malestar actual está delante de tus ojos), y el análisis transpersonal de Abraham Maslow pone su mira más allá del ego y del hoy para conectarlo con un universo psíquico y espiritual atemporal. El existencialismo trata de responder, por su parte, a cuestiones fundamentales de la vida humana utilizando inteligentemente todo el continuum temporal a partir de tres grandes planteos: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos?

Está claro que el presente no existe aisladamente y en un vacío existencial: Somos porque
fuimos y seremos en función de los que somos. El tiempo y su influencia se comprende mejor, creo yo, como un fluir que nos va transportando (presente) hacia noveles experiencias
existenciales (futuro) que solo pueden interpretarse a partir del lenguaje, de los símbolos y las referencias culturales que ya hemos internalizado (pasado). Cuando decimos “el Coliseo
romano es monumental” es porque, al contemplarlo, lo estamos inmediatamente comparando
con un archivo que guarda en nuestra memoria los cientos o miles de otros edificios menos
imponentes que aquél. Cuando decimos que “vamos a realizar esfuerzos” para mejorar una
situación dada, estamos en el presente predeterminando conductas o acciones futuras porque deseamos superar algo en nuestro pasado. O como bien sugiere García: “Es imposible captar en el presente la profundidad de una amistad sin recordar su historia como es imposible gozar plenamente una relación de amor ignorando su construcción o conmoverse con una ópera sin haber estado expuesto nunca a la música. Todos hechos del pasado.”

Algunos budistas en Asia grafican la relatividad del tiempo con belleza y simplicidad de esta
manera: Las familias se sientan a la orilla del río y ven pasar delante de ellas docenas de
arreglos florales o de papel -iluminados cada uno con una pequeña vela- que han puesto
previamente otros miembros de la comunidad, aguas arriba, y que el río va llevando lentamente hasta que se pierden de vista. El mensaje es palmario y trascendente: Todo lo que vemos hoy (presente) viene de alguna parte (pasado) y va hacia alguna parte (futuro), reforzando el concepto de Impermanencia y finitud de todo lo existente, pero también el de conceptuar al tiempo como un continuum en el que la distinción “pasado-presente-futuro” es casi absurda y distorsiona una realidad en eterno fluir.

El pasado sirve como guía de interpretación del presente y como referencia imprescindible de normalidad. Nuestra personalidad funciona “hoy” sobre poderosas influencias biopsicogenéticas del pasado que incluyen a nuestros padres, nuestra educación formal e informal, y el medio ambiente en cual nos hemos desarrollado. Y aunque siempre hay espacios para nuevos aprendizajes, el pasado define en gran medida qué podemos ver y qué no de la realidad “actual” ya que ello depende de nuestra inteligencia, atención, valores, preferencias y condicionamientos culturales. Muchas veces encontramos nuestro “futuro” en el pasado de nuestros padres (identificaciones, proyecciones, introyecciones, compensaciones y otros mecanismos intrapsíquicos) y las experiencias que nos ayudan a transitar el presente son obviamente pretéritas. Hasta debemos considerar los dos millones de años proto-humanos que acarreamos diaria e inadvertidamente en cantidad de elecciones y posibilidades de realización. Mas por encima de estas interesantes disquisiciones acerca del tiempo y nuestra observación de él, lo axiológicamente fundamental es nuestra conducta, nuestras acciones concretas del diario vivir, ya que solo la acción materializa sueños del pasado, construye el presente y crea las condiciones para un futuro mejor.

*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y profesor universitario de la Long Island University.
Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de
Asesoramiento en Salud de North Manhattan, y el Centro Hispano de Salud Mental en Jackson Heights,
Queens.