Tuesday, August 30, 2011

Lo que los hace inhumanos


Por Juan Carlos Dumas, Ph.D.*

Hay personas y familias enteras que estarían contentas si vivieran en mi auto y comieran el
alimento que les doy a mis dos perras. Y no me refiero al Congo, con sus cinco millones de
muertos y centenares de violaciones de mujeres, niñas y niños… mensualmente. Tampoco
estoy pensando en un Medio Oriente que sigue intentando sacarse de encima a dictadores y
autócratas que responden con sangre y fuego a sus renovados anhelos de democracia y
equidad. Ni hablo de tantas familias en Latinoamérica que siguen sumergidas en la pobreza y la desesperanza, recogiendo las migajas de economías y políticas perversas en las que la
desigualdad social, la explotación de los más débiles, la corrupción y el nepotismo
generalizados transforman sus gentes en seres física, psicológica y moralmente lesionados.

Hay familias que estarían felices de vivir en mi confortable auto de cuatro puertas aquí, en el
corazón de la primera potencia mundial, ésta que millones de inmigrantes como yo han
abrazado como su segunda patria. Y como hijos que han tenido la oportunidad de elegir a su
madre, yo y tantos otros nos sentimos orgullosos de sus logros, preocupados por su futuro, y
avergonzados ante estos fenómenos de desigualdad que creíamos exclusivos del llamado
Tercer Mundo. Los motivos para sentirnos orgullosos de los Estados Unidos, vale la pena
recordarlos, son muchos: Estados Unidos es el primer donante internacional, tanto su gobierno como sus ciudadanos, de numerosas causas humanitarias, desde el combate de la malaria y el SIDA hasta la asistencia económica y alimentaria a docenas de naciones en todos los continentes; desde sus increíbles logros científicos y tecnológicos hasta su enorme influencia cultural y su impulso de la democracia en tantas regiones del planeta. Pero es hacia adentro, intramuros, donde el pueblo norteamericano refleja mejor sus virtudes: gente trabajadora, honesta y cordial, con un sano espíritu comunitario y una disposición franca a asistir y cooperar con los demás, especialmente cuando la Naturaleza la sacude con tornados, inundaciones o incendios, como ha quedado claramente demostrado en tantas ocasiones década tras década.

¿De dónde sale, entonces, esa otra conducta, esa sombra tan perversa y malintencionada que empuja a miles de familias al borde del abismo económico y social? ¿Cómo se las ha
ingeniado, un puñado de patanes y villanos, para crear tanto daño en esta América de todos?
Burbujas económicas sopladas por apenas un millar de sinvergüenzas que, cuando estallan,
destrozan el presente y el futuro de millones de familias, aquellos que, blancos, negros o
amarillos, se han quedado sin techo y sin trabajo, sin salud y sin esperanza. Esto mientras
operadores y gerentes del Bank of America, Citigroup o Goldman Sachs se mofaban en sus
correos electrónicos internos de los “tontos” que compraron acciones basura o, como ellos
mismos las llamaban con total cinismo e impunidad, “elefantes rosas” y “unicornios” –acciones e instrumentos de inversión contra los que ellos mismos ya habían apostado mientras se los vendían a sus crédulos clientes, destruyendo en pavorosa cascada la industria edilicia, la inmobiliaria y la de préstamo, y al fin de cuentas la economía toda.

Un reciente estudio psicológico-social sugiere que uno de cada cuatro !CEOs" o ejecutivos del más alto nivel empresarial es un psicópata. Esto significa, en terminología psicológicopsiquiátrica, que son individuos mentalmente enfermos que tienen un desorden severo de personalidad, típicamente “antisocial”, por el cual su empatía hacia los demás está
peligrosamente reducida, como así también su capacidad de sentir el daño que le pueden
causas a otras personas, su sentido de vergüenza, arrepentimiento y culpa por sus acciones,
su aceptación de las reglas del diario vivir y los derechos de los demás. La mentira crónica, la impulsividad, la falta de remordimiento, la ira y la agresividad son frecuentes en la personalidad psicopática antisocial y, cuando la comparamos con la conducta de muchos de estos CEOs, es simplemente idéntica. Si usted mira alguno de los programas de televisión especializados en temas de bolsa, economía e inversión, verá que allí aparece lo peor de América, sus hijos más siniestros y egoístas, como por ejemplo ese personaje que está en el Board de Goldman Sachs y de Exxon y que proclama, junto a tantos otros sectarios y psicópatas que tienen maniatada a nuestra pobre democracia, que “legislación, regulación y tributación son malas palabras”; que la culpa de la persistente crisis económica ahora la tiene el presidente Obama porque “nadie va a poner un centavo” en este país hasta que la administración actual deje de lado el plan nacional de salud, reduzca las regulaciones ambientales y elimine impuestos, especialmente los de los ricos.

Los analistas económicos calculan, por otra parte, que hay un trillón de dólares en el exterior,
acumulados por compañías norteamericanas que se niegan a repatriarlos para esquivar el pago de impuestos, mientras usted y yo, como el resto de los norteamericanos e inmigrantes que vivimos y trabajamos aquí con todo esmero, nos esforzamos duramente para cumplir con esta obligación cívica tan primaria que ayuda en definitiva a equilibrar nuestra sociedad y a brindar servicios allí donde ninguna empresa privada quiere hacerlo, llámese un centro de salud en un barrio humilde, una escuela pública en zonas rurales, o una planta de agua en regiones de baja densidad poblacional. Cuando el presidente Bush, sátrapa de una treintena de empresas ciegas de poder les regaló una baja impositiva en el año 2005, lo único que hicieron estos “empresarios” fue repartirse los dividendos sin invertir un ápice en infraestructura, desarrollo tecnológico o contratación de nuevos operarios. Estas son malas noticias para la economía nacional porque si estos ejecutivos y empresarios psicópatas no reparten el dinero y se lo guardan todo, ¿cuántas Ferrari se van a comprar? ¿Cuántos relojes de oro y alhajas van a adquirir para ellos y sus familias? ¿En cuántas mansiones van a sentar su trasero en esta bella América mientras le niegan la posibilidad de ganarse el pan de cada día a sus congéneres?

“Este gobierno nos está bloqueando la explotación de petróleo y gas natural” –comentaba en el mismo programa otro patético empresario y personero de la industria energética. “Las
farmacéuticas quieren poner nuevos productos en el mercado pero Obama no las deja” –decía, ofendidísimo, un asesor pagado por esta otra industria megalómana. El exaltado periodista – que ni merece que le mencionemos el nombre- cerró el programa con tono amenazador y el siguiente consejo desde y para la América corporativa: “No hagamos nada. No hagamos nada. Ya van a ver cómo se le dificultan las cosas a Obama” –como si estuviera hablando del presidente de un país enemigo, como si él y sus millonarios invitados no comieran y respiraran (para no mencionar otras funciones biológicas más crudas) en esta misma patria, como si prefirieran la debacle económica de los Estados Unidos a la reelección de este negroide semiliberal a quien odian tan visceralmente. ¿Hay esperanza para nuestro país? La respuesta es un sí rotundo, pero dependerá de qué tan rápido pongamos, como sociedad honesta y respetuosa de los demás, a estos mercenarios del submundo financiero en su lugar.

*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y profesor universitario de la Long Island University.
Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de
Asesoramiento en Salud de North Manhattan, y el Centro Hispano de Salud Mental en Jackson Heights,
Queens.

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